Esta historia sucedió un lunes por la mañana del mes de
julio, pero podía haber ocurrido cualquier otro día. Iba camino del trabajo, en
el autobús. Recién estrenado mi turno de mañana, intentaba vencer el sueño.
El autobús iba prácticamente vacío. Es una línea muy poco
frecuentada. En una de las paradas subieron una mujer y su hija, que rondaría los cuatro años. Estando el autobús
medio vacío, era totalmente de esperar que la niña eligiera sentarse precisamente detrás de mí.
frecuentada. En una de las paradas subieron una mujer y su hija, que rondaría los cuatro años. Estando el autobús
medio vacío, era totalmente de esperar que la niña eligiera sentarse precisamente detrás de mí.
Esta ubicación me permitió escuchar la conversación que
mantuvieron madre e hija durante una parte del trayecto.
Madre: ¿tienes hambre, verdad?
Hija: sí, mucha.
Madre: ahora, cuando lleguemos a casa vamos a desayunar.
Hija: sí.
Madre: ¿te vas a comer una tostada?
Hija: sí.
Madre: si son pequeñas te comes dos.
Hija: sí. ¿Y si son grandes?
Madre: si son grandes, una, y si quieres más, la mitad de
otra.
Hija: vale. Pero si son muy grandes me como dos medias.
En mi soporífero estado, quise pensar en la diferencia entre
dos medias y una entera, cuando la niña añadió con gran elocuencia:
Hija: si son muy grandes me como la mitad de una, y si luego
tengo más hambre, me como la mitad de otra.
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