Últimamente vengo encontrándome con cierta frecuencia con una chica que me saluda; yo le devuelvo el saludo. Si bien al principio creí que me resultaba conocida ahora tengo la certeza de que me está confundiendo con otra persona.
No obstante, lo que realmente me inquieta es cuando ese sujeto
desconocido se para –y me hace parar a mí también– para hablar conmigo. Me inquieta que un desconocido maneje demasiada información sobre mí.
No obstante, lo que realmente me inquieta es cuando ese sujeto
desconocido se para –y me hace parar a mí también– para hablar conmigo. Me inquieta que un desconocido maneje demasiada información sobre mí.
No hace mucho, en mi última escapada al centro, me encontré con alguien que a mí se me antojó que conocía de la universidad, sin embargo, tampoco lo tenía claro.
—Ey hola, ¡cuánto tiempo! ¿Qué tal?
—Sí, hola ¿qué tal? –le respondo con cierta incertidumbre, intentando reconocer a mi interlocutor.
—¿Cómo te va? ¿Todo bien?
—Sí, sí, todo bien –todavía desconcertada, contesto vagamente, no vaya a meter la pata.
—Oye, ¿terminaste la uni? ¿Y encontraste trabajo?
—Sí, pero no de lo mío, así que todavía estoy buscando –puesto que todavía tengo confirmada su identidad, no quiero dar más detalles, no vaya a ser que el intruso se dé cuenta de que no soy quien él pensaba que era y nos encontremos en una situación embarazosa.
—Ay cuánto me alegro de volver a verte. Oye ¿por qué no nos llamamos un día y tomamos un café? –concluye.
—Sí, claro, llámame cuando quieras y quedamos.
Y después de esta rápida conversación, y sin tener tiempo para hacer mi interrogatorio, mi interlocutor escapa y cada uno continúa su camino. En mi caso con varias dudas en mi cabeza: ¿era realmente Fulanito? No se le parecía mucho, pero claro, han pasado varios años. Y si no es él, ¿entonces quién? Y la más importante: ¿acaso tiene mi número de teléfono para llamarme?
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