Llevo demasiado tiempo en una especie de extraño bucle preguntándome cuál es mi trabajo ideal. El panorama de ofertas de trabajo con titulaciones y requisitos imposibles o de puestos que me resulta tan complejo identificar a qué tipo de trabajo representan no hacen sino crear mayor incertidumbre de dónde encajo yo en todo este caos.
Mis compañeros de carrera lo tenían claro: iban a preparar las oposiciones para la enseñanza secundaria. Daba igual cual fuera la respuesta a la pregunta de si tenían vocación: era un trabajo para toda la vida. Me pregunto qué tipo de mundo hemos creado donde la gente oposita sin tener vocación, en cualquier rama, no solo para la enseñanza, pero acaso ese sea otro tema. No tardé mucho en perder el contacto con ellos. Ignoro si habrán conseguido su propósito de convertirse en profesores, y si es así, cómo les irá, si habrán aprendido a amar la profesión.
Yo me negué; nunca sentí vocación de enseñar, y menos a estudiantes de secundaria. El destino me llevó a dar clases de recuperación y descubrí que sí me gustaba enseñar, compartir mis conocimientos; descubrí que en ese mundo podía encajar, sin embargo, enseñar a adolescentes no me llenaba.
No obstante, pasé muchos años dando clase, pero dar clases de vez en cuando no resolvía el problema de mi vida, que era mucho más complejo. Además, de repente descubrí que necesitaba dar un pequeño giro a mi vida, ese ciclo ya estaba agotado.
Pero no aparece el hueco donde yo pudiera encajar. Un día me sorprendí definiéndolo como mi trabajo ideal; me preguntaba cuál era el trabajo que yo podía hacer con mis conocimientos; quizá esa verbalización me ayudó a poner foco, a eliminar lo que no quiero. Pero la búsqueda es larga. Acaso nunca lo encuentre.
Y en esas me encuentro. Mientras sigo dando tumbos a ver dónde encuentro mi lugar, me dedico a escribir, tal vez algún día se cumplan mis sueños...
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