Los domingos por las tardes, cuando ya comienza a anochecer, suelen ser un momento triste: suponen un espacio de transición entre una semana que se va y otra nueva que está a punto de comenzar. Apenas quedan unas horas de día para que el reloj cambie automáticamente de semana y repaso los sueños no cumplidos que al inicio de semana había agendado a modo de tareas. Y pienso que la semana que pronto entrará será una nueva oportunidad para llevarlos a cabo.
Horas de falsa melancolía por no haber sabido gestionar mi tiempo, por no haber tratado de resolver el problema de mi vida cumpliendo pequeñas tareas; una semana más de haber dirigido mis pasos hacia ningún lugar, con la sensación de estar estancada en tierra de nadie.
Un querer y no poder. Como cuando año tras año, repetía, como si de un ritual mágico se tratase un «si hubiera emprendido con mis manualidades, tal vez ahora tuviese mi pequeño nicho de mercado» o «si hubiera seguido escribiendo, tal vez ahora mis escritos generasen algunos ingresos»... Toda una serie de temáticas, aleatorias según los días; tenía suficientes para entonar cada día una canción parecida.
Ideas que surgían en medio de la frustración por un trabajo desmotivante y poco abundante que llevan a la desesperación económica; de ver cómo van pasando los años y la vida está estancada en ningún lugar, y sin posibilidad de mejorar; ideas que nacen a modo de expansión de habilidades que poseo y que podrían haber sido buenas, y que bien desarrolladas y bien gestionadas, me podrían haber hecho avanzar hacia algún lugar, imposible determinar cuál, pero que, sin embargo, nunca había sido capaz de llevarlas a cabo.
Un día, desperté y cansada de ese «si hubiera hecho», decidí aplicar aquel refrán que dice que nunca es tarde si la dicha es buena. Debía retomar todos aquellos sueños que quedaron sin cumplir y comenzar a intentarlo de nuevo, descubrir si tienen cabida en mi vida actual o si me llevan a alguna parte o, por el contrario, no estoy hecha para ellos.
En definitiva, quitarme esa espinita clavada que me devuelve continuamente al punto de partida. No tengo nada que perder. Y tiempo, tengo de sobra.
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