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Hace algún tiempo me dejé sorprender con la idea de convertir las grandes ciudades en espacios de 15 minutos. Me pareció un concepto innovador, ¿pero en realidad lo es?
Plantea que cualquier actividad o necesidad que uno pueda tener en su día a día no le suponga desplazarse un trayecto mayor de 15 minutos desde su lugar de residencia. Colegios, cines, comercios, parques… todo estaría a un golpe de distancia.
Este cambio parte de políticas que tienen en cuenta el medio ambiente y la intención de mejorar la calidad de vida, haciéndola más sostenible: ya no habría madrugones ni atascos para ir a trabajar; menos contaminación circularía en el aire que respiramos.
Sin embargo, este proyecto a mí me evoca a mi infancia, cuando el barrio estaba lleno de vida: había tiendas donde comprar y la frutera te preguntaba qué tal andaba la abuela, si ya estaba de vuelta en el pueblo; y la panadera te reservaba una barra tostadita, como a ti te gustaba; ibas al colegio más cercano a tu casa.
O cuando salía a pasear con mis padres. Era raro el día en que no se encontrasen con algún conocido con quien charlar de esto y de aquello.
Ahora ya no existe nada de eso. Quedan pocas tiendas; la mayoría son establecimientos cerrados y polvorientos en busca de alquiler o venta. Sales a la calle y no encuentras a nadie dispuesto a conversar. De hecho, apenas conozco a mis vecinos. Ahora solo hay un saludo rápido a las cajeras del súper.
Lo llamaron progreso y lo llenaron todo de ladrillo y alquitrán. Nos fuimos deshumanizando. En cierto modo, el éxito personal iba ligado a disponer, entre otras cosas, de tu propio coche, que te daba libertad de movimiento: acceder adónde quisieras y cuándo desearas.
Pero no todo está perdido. Hay quien lucha por convertir de nuevo las ciudades en lugares más habitables, más sostenibles, más humanos. Es un deseo de transformación un tanto ambicioso, porque hay que quitar espacio al tráfico y devolvérselo a la gente; construir más parques y zonas verdes con vegetación; incluir carriles bici para desplazarte de forma limpia.
Es una tarea ardua, lo sé: todavía quedan muchos por convencer de los beneficios que esto tendría en la vida cotidiana, para lo que habría que iniciar un amplio diálogo.
Porque ¿y si hubiera puestos de trabajo de calidad cerca de nuestro domicilio? Ahorraríamos mucho tiempo en desplazamientos, ganaríamos tiempo para nosotros y conciliación familiar. Y, además, si dejáramos el coche en casa, evitaríamos dosis de contaminación. Por solo poner algún ejemplo.
¿Sería bueno instalar a ese modo de vida las grandes ciudades? Pienso que sí, aunque quizá yo sea demasiado soñadora y todo esto no sea más que una utopía. Pensar en calles llenas de espacios verdes, en que tendríamos más tiempo para nosotros, que podríamos llevar una vida más tranquila y con mayor conciliación con nuestra familia y amigos, que, en definitiva, volveríamos a tener la vida en los barrios que una vez tuvimos… Y solo porque todo no estaría a más de 15 minutos de nuestro hogar. ¿Acaso es algo tan descabellado?

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