Quizá, a fin de cuentas, la vida sea una búsqueda constante de saber en qué lugar encajar. Un reinventarse una y otra vez, pues parece que el destino se empeña en ocultar las cartas que hay que jugar. Y acaso ya no tenga el sentido que una vez tuvo: ya no te reconoces en el espejo porque el puzle se rompió en algún momento; de pronto, ya no quieres estar donde estás.
Por ello, hay que montar las piezas otra vez, encontrar cómo ajustarlas en el nuevo rompecabezas. Te sumerges en una incansable exploración, que se te antoja un eterno déjâ vû. Indagas, tanteas, examinas; aun cuando desconoces qué has de encontrar; porque ni siquiera sabes cuáles son los nuevos pedazos ni dónde hallarlos. Y comienzas a dar pasos de ciego, a saltar de un lugar a otro tratando de encajar, queriendo saber quién eres ahora.
Y en esa obstinación por renacer, resurgen antiguos anhelos, quién sabe si por nostalgia o, tal vez, solo estaban dormidos, a la espera de la luz. Ahora, en cambio, pugnan por encontrar su hueco, por saber si tienen cabida en el nuevo yo; no quieren volver a un segundo plano, porque tal vez el camino sea por ahí.
Entonces comienza un bucle de no parar de darle vueltas a las mismas cosas. De preguntarte si es posible reinventarse en lo que una vez quisiste ser. Porque, tal vez, el volver a esos viejos sueños supone encontrar un buen refugio y te reconforta de algún modo; aunque sepas que explorar en ese lugar no conduce adonde siempre deseaste llegar y pese al riesgo que supone estar girando una y otra vez en los mismos fracasos.
Pero no desistes, porque es posible que tan solo haya que mirarlos desde otra óptica. Acaso los deseos que nunca se han desarrollado, no han podido vaciarse y todavía tengan cabida en el rompecabezas. Aunque debas caminar en círculos, aunque debas reinventarlos en los valores de los nuevos tiempos. Lo importante es no agotar la búsqueda.

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