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domingo, 3 de octubre de 2010

La noche en blanco


Anoche se celebró en Paris la ix Nuit Blanche. Fue la primera ciudad en celebrarla. El evento tuvo tanto éxito, que en años siguientes se importó la idea a otras capitales europeas, entre ellas Madrid. 

Hay quien condena este tipo de celebraciones alegando que
es una forma de cultura rápida y masiva que no arraiga en la formación del individuo. Tal vez tengan razón.

Desde el primer año que se celebró en Madrid, no he tenido oportunidad de volver a salir a la calle para disfrutar de esta celebración. Por ello, este año no quise perdérmela. Entre muchas otras actividades, y una larga caminata por el centro de Madrid, esa noche disfruté de un concierto de música clásica y de la visita de un museo.

Es cierto que entré en el Conservatorio Superior de Música sin saber si iba a un disfrutar de un concierto —lo más lógico— o simplemente a una visita por el interior del edificio; es cierto que no soy fanática de la música clásica y, además, no recuerdo qué piezas interpretó el pianista. Sí tenía, en cambio, una idea aproximada de lo que iba a encontrar dentro del museo. Ya era tarde, estaba algo cansada, y es verdad, no asimilé muy bien toda la información que recibía. Incluso oí comentarios a otros espectadores en los que mostraban su desprecio hacia lo expuesto.

Sin embargo, lo maravilloso de esta noche es tener la oportunidad de disfrutar de música clásica en vivo, sin ser consumidor habitual de ella, o de visitar un museo aunque uno sepa de antemano que, quizá, no le vaya a gustar, cosas que, de otra manera, nadie haría. 

La noche en blanco, no sólo es poner la cultura a disposición de la sociedad de manera gratuita para que la disfrute quienquiera que pase por ahí. La noche en blanco, es mucho más que eso. Es ver la gente en las calles compartiendo experiencias; es vivir una capital sin tráfico y pasear por calles principales desiertas de coches; es salir a la calle sin ningún fin determinado y contemplar cómo se hace radio en directo, poner deseos en común entre los ciudadanos o escuchar un recital de poesía; es convertir las plazas de la ciudad en salas de exposición de arte alternativo; es, en definitiva, sentir una ciudad viva.

Ignoro si las restantes noches en blanco de las distintas capitales europeas viven el evento de manera semejante. Si hubiera podido, allí habría estado para comprobarlo. Tal vez sea otra forma más de hacer turismo.

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