Quizás porque concibo la navidad como un espacio para que los niños disfruten o porque estoy vinculada con la enseñanza, todavía asocio la celebración de estas fiestas con el período de vacaciones escolares, es decir, más o menos por estas fechas. Por eso, cuando se adelantan las navidades un par de meses, una comienza a sentir un cierto empacho aun antes de comenzar con
lo que las fechas obliga.
lo que las fechas obliga.
Parece ya costumbre adelantar cada año un poco más la navidad por unos motivos que todos conocemos de sobra. Sin embargo es imposible embriagarse del espíritu navideño a mediados de octubre; como imposible resulta que ese espíritu llegue intacto hasta las fechas señaladas para disfrutar de ellas como conviene. ¿Qué ganas puedo tener de degustar turrones y mazapanes si el supermercado de mi barrio los vende desde mediados de octubre? ¿Qué asombro me pueden causar las iluminaciones si desde hace un mes mi ciudad me recibe a la vuelta del trabajo con un «feliz navidad»?
Todo el mundo sabe que actualmente lo que llamamos navidad no es otra cosa que un aflojamiento de tarjeta. ¡Pero ay de nosotros que sucumbimos al juego y nos volvemos locos comprando regalos! Para luego obtener como recompensa una sonrisa forzada de agradecimiento. Porque resulta además que nos hemos vuelto muy exigentes con lo que nos regalan olvidando aquello de que a burro regalado no se le mira el diente.
Todo en general provoca cierto hartazgo y huele a podrido. Tampoco pido que todo se tiña de casta tradición religiosa, ¿pero sería demasiado pedir que no nos agobien con tanta precipitación? ¿Por qué no dejar cada cosa para su tiempo?
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