Marzo se ha pasado como un suspiro. Año tras año, supone un mes de cambios: cambiamos al horario de verano, los fríos días de invierno dan paso a días más cálidos de primavera… Pero si hay un mes de marzo que ha hecho historia, es aquel marzo de 2020, cuando el mundo de repente paró.
Como una especie de belleza poética desde la pantalla las televisiones nos ofrecían imágenes de las principales calles de las grandes ciudades totalmente vacías. Además, creímos haber devuelto a la naturaleza parte de lo que era suyo: ahora los pájaros cantaban más. En realidad no creo que fuera así: tan solo fuimos nosotros los que habíamos parado en nuestra ajetreada vida y pudimos escucharlos.
Pero ¿qué ha quedado de los valores que creímos adoptar? Aquello de «saldremos mejores» o «saldremos más fuertes» sonó mucho en aquellos meses en que estuvimos confinados en nuestros hogares. Necesitábamos aferrarnos a alguna esperanza para subsistir esa dura prueba mucho mejor.
Aquel marzo de 2020 sí fuimos un poco mejores. Vivimos una ola de solidaridad en las redes -casi la única manera de seguir siendo seres sociales- donde muchos profesionales ofrecieron desinteresadamente su conocimiento: los profesores compartían herramientas y materiales para dar clases online, entrenadores personales compartieron rutinas de ejercicios físicos para realizar en casa, los músicos dieron conciertos… Los psicólogos aconsejaron acerca de la conveniencia de poner rutinas para afrontar la nueva realidad que de la noche a la mañana nos tocó vivir.
Todo por una vida más fácil, más llevadera, estando encerrados en casa y sin poder socializar. Cuando de repente todo lo que había sido tu vida se queda paralizado, aprendes a valorar otras cosas. La gente comenzó a leer más, aprendió a hacer su propio pan. Incluso llegué a leer en un tuit cómo alguien señaló que curiosamente, asignaturas que siempre habíamos llamado «marías», como plástica, trabajos manuales, música, educación física pasaron a un primer plano: volvimos a creer en la creatividad, en la expresión de uno mismo.
Por último, aprendimos a valorar oficios y profesiones que siempre habían estado ahí, pero que de repente, los trabajadores que desempeñaban estas tareas se convirtieron en héroes. Aquel marzo de 2020, transportistas, cajeras, basureros, sanitarios, limpiadoras fueron los héroes de la pandemia. ¿Y qué decir de los científicos, que de pronto iniciaron una carrera desenfrenada por investigar el virus y encontrar vacunas? Tal vez pueda resultar una opinión impopular, pero no, no fueron héroes: tan solo cumplían con su trabajo, como lo hubiera hecho cualquiera que estuviera en su lugar.
Sí, tal vez aquel marzo de 2020 fuimos un poco mejores. Pero ahora tan solo es un recuerdo de lo que nos tocó vivir en esta nueva normalidad que es tan rancia como la antigua.
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