Contemplo el mundo. Me siento perdida entre tanto destino. La gente vive su vida, la disfruta. ¡Parecen tan seguras de sí mismas! Es irresistible comparar su actividad frenética con la mía; siento que el mundo a mi alrededor gira demasiado deprisa y no sé cómo subirme a ese ritmo. Podría hacer tantas cosas para cambiar mi suerte, para intentar asimilar mis pasos al ritmo vertiginoso de la vida. A solo un paso las tengo de mí. Pero dudo si subirme, todo cambio provoca miedo.
Ese miedo antiguo, casi ancestral que acecha a cada paso que pretendes dar. Temor a no recordarte en la persona que una vez fuiste, a romper con ella puesto que ya no te representa, porque hace ya mucho tiempo que no te reconoces en el espejo cuando te miras, ni en las actividades que te definen, ni en ese ser que llevas arrastrando no sabes cuánto tiempo. Tienes que romper con algunas cosas de tu yo pasado, que tal vez no vuelvas a tener, para poder aceptar las nuevas, para poder explicarlas.
Asusta pensar que perderás una parte de ti y que la gente que te rodea tal vez no te acepte en ese nuevo ser, acostumbrada a encajarte en un modo de vida, pues te ha cortado ya con unos patrones y no quiere deshacer las costuras, deformar la prenda para volverla a construir a tu nueva imagen.
Sin embargo, ese pánico tan solo existe en tu pensamiento; tú has engrandecido ese miedo inexistente porque no te das cuenta de que ese primer paso, aunque grande e importante para ti, es apenas imperceptible, no lo será hasta que el cambio se haya producido.
No es terror a lo que la gente piense de ti. Es la desconfianza que tienes por lo que crees que pensarán de ti.
Temes que las cosas proyectadas no salgan como debieran, te da pavor equivocarte; decidir mal el camino. O que ese cambio tan ansiado resulte finalmente como todo. Y te preguntas también si no habrás llegado demasiado tarde, si no serás mayor para realizar la locura de cambiar de rumbo.
Finalmente, aprendes a desechar esos miedos porque piensas que nunca es tarde para llevar tu vida hacia donde tú decidas; porque si te equivocas, no pasa nada: cualquier acción se puede solucionar; porque quieres que no te importe qué pensarán los demás, si es que existen tales pensamientos; porque piensas que merece la pena volver a reconocerte en el espejo.
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