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viernes, 2 de diciembre de 2022

Qué hay detrás de caminar (y no lo habías pensado nunca)

Una mujer joven camina por la orilla de un lago

Es bueno caminar. Dicen que tiene efectos beneficiosos para la salud. Unos se empeñan en dar equis pasos al día; otros simplemente salen a dar una vuelta por el barrio; para algunos es su forma de hacer deporte. Es indiferente el propósito que te marques: cada uno confiere al acto el valor que desea. Para mí, pasear es un espacio liberador. Lo aprendí hace años, cuando estudiaba en la universidad. 

Al terminar las clases, enseguida comprobé que andar me sentaba bien para relajar mi mente. Después de tantas horas de clases en aulas más bien claustrofóbicas y abarrotadas de estudiantes, se volvió imprescindible tomar un poco de aire fresco antes de volver a casa. 

Además, entrar al metro, también a tope de gente, se me hacía imposible. De esta forma, poco a poco el camino se fue ampliando: cada cierto tiempo posponía una parada para seguir callejeando un poco más; finalmente mis caminatas se alargaron hasta recorrerme media ciudad trotando por las calles. Es más, mis pies cansados distraían el tiempo para retrasar la hora de la vuelta. 

Poco a poco, ese hábito de despejar mi mente con un paseo se fue instalando también en los días de fiesta. Resultaba placentero salir de esas salas llenas de gente y caminar de regreso a casa. Sin embargo, por aquel entonces ya había aparecido gente en mi vida dispuesta a llevarme en coche a todas partes, aunque estuviera a cinco minutos, porque no le costaba nada acercarme, cómo iba a hacer todo ese trayecto a pie; en definitiva, hacerme un favor que yo no deseaba. 

Me he preguntado muchas veces por qué parecía molestar tanto mi deseo de marcharme andando. O acaso no era molestia, sino algún tipo de obligación moral –es muy tarde, no puedes volver sola– o tal vez una manera encubierta de sentirse importantes por un rato. 

Pero lo más probable es que desconocieran mi placer por caminar. ¿Tan impopular es dar un paseo? Supongo que hay ciertas horas en las que no parece muy prudente deambular por las calles. Sin embargo, yo me sentía segura: adoraba las noches y ese paseo reponía mi espíritu cansado; es más, se convirtió en un espacio de transición entre lo genial de esa salida y la vuelta a la normalidad.

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