din-don 2: deconstruirme y renacer con mejores valores;
din-don 3: que mis alas tengan la capacidad suficiente para volar;
din-don 5: que caminos inesperados sorprendan mi aprendizaje en el vivir diario;
din-don 6: seguir riéndome de mí misma;
din-don 7: rodearme de gente bonita que ilumine mi viaje;
din-don 8: lectura de buenos libros;
din-don 9: pensamiento positivo, que todos los pensamientos rumiantes desaparezcan;
din-don 10: que la oscuridad se convierta en un mal recuerdo del pasado;
din-don 11: que la urgencia de la actualidad no me desespere;
din-don 12: que los avances tecnológicos no me hagan sentir mayor.
En la medianoche del 31 de diciembre, doce campanadas nos mantienen pendientes de la televisión. Son los últimos minutos del año que se va, y los primeros minutos del año que comienza.
Momentos de nervios, de sueños, de ilusiones que auguran el porvenir de un nuevo ciclo. Borrar lo viejo, lo caduco, y ansiar lo mejor, una oportunidad renovada.
Con cada campanada tomamos una uva. Y pedimos deseos, como ocurre cada vez que cerramos un ciclo y abrimos otro. Hay quien cuenta un propósito por uva comida; otros los resumen en tres. Existen teorías para todos los gustos.
No estoy segura de que este tipo de rituales se cumplan, pero por si acaso y como ya hiciera hace tiempo, aquí he dejado mi lista.
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